martes, 16 de agosto de 2011

Retiro espiritual.

A mi padrino y a mi hermano, los mecánicos de la familia.

Con las cosas interesantes que pasan cuando uno anda por la calle, es fácil extrañar el trabajo. Pero si algo aprendí en la vida es que no es bueno trabajar demasiado. Moderarse con la actividad laboral es tan necesario como con cualquier otra cosa. Y manejar cansado es un riesgo que se evita descansando.

Por suerte, sobre todo con un modelo '98, el auto nos da la posibilidad de descansar con cierta frecuencia. A cierta edad, estas temperamentales máquinas rodantes empiezan a inclinarse hacia un contacto más profundo con su ser esencial. Y lo demuestran rompiéndose.

Uno, no sé si por creyente o por complicidad con el coche, le perdona que pida el franco con una falla (después de todo la única forma de protesta de la materia organizada es romperse) y ahí nomás lo manda a un taller mecánico, que, como su nombre sugiere, es la Meca de la religión de los automóviles. Porque si usted todavía no se enteró, debería saberlo: Los mecánicos son los sacerdotes del mundo automovilístico. El puente entre todo carro y su Dios, o, lo que para el caso es lo mismo: la fábrica.

¡Qué bien se debe estar sintiendo en este momento el Peugeot! Con toda esa gente a su servicio, haciéndole masajes, acomodándole los desajustes, tocándole las partes flojas... Ya me lo imagino, sintiendo las cosquillas de los muchachos desde la fosa, recibiendo de capot abierto el milagro terrenal de uno y otro repuesto, bajo la atenta mirada de una sacerdotisa pelirroja de tetas impresionantes.

Y qué lindo va a ser volverlo a ver: con un embrague más fiel, una nueva bomba de frenos y una sonrisa faro a faro.

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