viernes, 12 de agosto de 2011

Arltiana.

A mi primo Gonzalo, escritor y profe de lengua.

"Se pasa".

Creo que es el insulto más amable que escuché en mi vida.

En la remisería hay boludos, hay pelotudos, hay forros, caras de verga y hasta hijos de remil puta. Pero los que más abundan son los que "se pasan".

A mí me suele pasar, literalmente, al no conocer bien todavía las calles, que sigo de largo en vez de doblar, o que buscando el 3700 termino en el 4000. Sobre todo en esas misteriosas calles con numeración repetida (Como si las placas tectónicas tuvieran un corte por Rosario que generó cuadras de la nada desorientando a los topógrafos -prometo investigar más al respecto-), o esas puertas que son el 83 pero están entre el 31 y el 45.

Pero acá pasarse es distinto. El que se pasa sorprende, y a la vez, produce una especie de ternura. Como si fuera el señalador más apropiado para esos errores que el ser humano tiene justificados, esas cosas que no se hacen a propósito sino por distracción, y que a cualquiera le pueden pasar.

Es casi como si fuera la manifestación de un instinto paternal. Da la impresión de que los hombres, cuando deciden agruparse en confederación de padres de uno (el que "se pasa") le aplican el adjetivo para permitirse unas risas casi de orgullo.

Y uno lo recibe así, como una especie de felicitación, como la redención de todo error cometido. Como si el logro de esa estupidez tan chiquita significara una obra de arte en medio de un mundo donde todo intenta estar orientado en base a la eficacia.

Y esto hay que reconocerlo: Ante cierto grado de presencia del cálculo y el control, a veces está bueno "pasarse". Una boludez bien puesta y bien tomada puede alegrar más de una vida.

¡Que se pasen!

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